Después de muchísimas especulaciones y también conversaciones de altos dirigentes y, a su vez, Miembros COI, se llegó al consenso que no era bueno introducir una modificación de esta magnitud para allanar el camino de una reelección para el eximio dirigente internacional Thomas Bach. La decisión no fue fácil. Mientras se levantaban voces y posiciones muy férreas en apoyo al alemán, quienes tenían la certeza que podía ser reelegido prácticamente sin oposición, había un sector que pedía respetar la Carta Olímpica y dar la oportunidad a otros dirigentes para postular a la presidencia a partir de 2025.
Es de conocimiento público la gestión transformadora que ha realizado exitosamente en estos casi 11 años al frente del COI, siendo pionero en una administración abierta, transparente y de sostenibilidad en el tiempo, más aún, asumiendo que el COI es un trasatlántico por sí solo. Por lo mismo, venía con la misión de unificar a todos los actores del deporte para un bien común: fortalecer y proteger a los atletas del mundo. La tarea comenzó con la Agenda 2020, cuando recién asumió la presidencia de la institución de los cinco anillos. Bach entendió que el poderío del COI y lo que es capaz de generar necesitaba obligatoriamente de directrices claras e inequívocas, por tanto, expandió su relación más allá de lo tradicional y convencional.
El COI que tenía en su cabeza Thomas Bach cuando tomó la decisión de presentarse como candidato en 2013, no ha variado un ápice de su postura vanguardista e innovadora, además, siempre con el fantasma de algún escándalo que pudiera sacudir cada cierto tiempo al corazón del Comité Olímpico Internacional. Al asumir su primer periodo se comprometió a un COI de inclusión y paridad de género, en una época que era impensado llegar a imaginar que esta visión de equidad de género tuviera consciencia al interior de los propios Miembros COI. Porque, reconozcamos, el COI de sus antecesores era una institución muy cerrada a estos cambios de incorporar a la mujer en la arena olímpica. De hecho, el COI de Pierre de Coubertin, fundador de los Juegos Olímpicos de la era moderna, fue bastante obcecado con las mujeres. Sentía que no encajaban. Solo años después se abrió a integrarlas casi por obligación, pero no por un tema de convicción. Por lo mismo, Bach es reconocido mundialmente por su labor de integración, donde no hay espacio para la discriminación de ninguna naturaleza.
Thomas Bach tiene en su ADN el deporte. Sabe lo que significa prepararse para llegar al alto rendimiento, conoce y reconoce el esfuerzo del atleta anónimo, ese joven que se ilusiona al competir en su colegio y luego sin darse cuenta está inmerso en el deporte competitivo. Cada etapa, cada paso que dio para llegar a ser campeón olímpico por equipo en esgrima, lo esculpió con la templanza de los “elegidos”, de esos pocos que alcanzan un sitial de privilegio, porque todo está concadenado, nada se separa, es un todo, pero también tiene que ser capaz de descifrar y leer rápidamente dónde está el error, dónde falló para mejorarlo y ser más eficiente.
Thomas Bach se atrevió. Ha sido un dirigente que no le tiene miedo a los cambios de ritmos de la vida, atesora los buenos momentos, pero se alimenta aún más de las caídas para que, en el futuro, el COI que entregará a los comités olímpicos nacionales sea una institución sólida, robusta, capaz de interpretar a las nuevas generaciones, buscar para ellos nuevos deportes, nuevos mercados, nuevas alianzas. A pesar que los más tradicionales -como yo- siguen pensando que el deporte se ha ido alejando de sus orígenes y de sus valores, no es menos cierto que los tiempos han cambiado, las revoluciones industriales se suceden con más frecuencia y no tan distantes en el tiempo.
El mundo de hoy es innovador y cambiante, la irrupción de la internet rompió todos los paradigmas y nos puso literalmente el mundo en nuestras manos, con los riesgos que ello conlleva. Y Thomas Bach, siendo un dirigente que está en la línea de los 70 años, leyó en forma perfecta lo que venía y se atrevió poner al COI en esa línea de tiempo. Más aún, en marzo de este año incorporó a la Inteligencia Artificial como una gran herramienta para avanzar en el desarrollo y en las mejoras de algunos aspectos específicos del deporte. No entró a cuestionar la ética o moralidad de la IA, asumió que los límites los ponemos nosotros en su conjunto, salvo que con el devenir del tiempo la inteligencia Artificial nos ponga los límites a nosotros.
París será la última estación olímpica de Thomas Bach al frente del Comité Olímpico Internacional. Cuando llegue ese momento de dirigirse al mundo olímpico, resonará en su corazón pasajes imborrables. Recorrerá en cosas de segundos su vida junto y para el deporte, su familia, ese apego a los valores olímpicos, sin quedarse en el pasado, pero respetando ese pasado que lo llevó a donde está ahora, en el Olimpo de los Grandes Dirigentes y, me atrevo a decir sin temor a equivocarme, está en el PODIUM de los mejores dirigentes de la historia del olimpismo.
Al cierre de esta editorial de Sportsin en suelo parisino, siempre digo que la decisión de no modificar la Carta Olímpica es un acto soberano que corresponde a los Miembros COI, quienes son los que votan para cambiar, mejorar o modificar la Carta Olímpica, pero tampoco sorprenda que en el día de mañana aparezca una nueva moción y volvamos a este debate si es sano para el olimpismo mundial modificar la Carta Olímpica. Sólo estoy seguro que lo hecho por Thomas Bach va más allá de un cambio estatutario. Es un dirigente que a prueba de trabajo se ganó el cariño y el respeto de los comités olímpicos nacionales y de los propios Miembros COI. Luchó para tener una institución saludable, llena de vida y con un sello de generosidad y humildad en el triunfo, atributos que los heredó del deporte, su verdadera pasión.