La carrera por la sede de las Copas Mundiales de Rugby de 2035 y 2039 ya está en marcha, y varias naciones han manifestado su interés en albergar el evento más prestigioso del deporte. España e Italia figuran como candidatas entusiastas, mientras que en Oriente Medio las intenciones aún se mantienen reservadas. La opción de regresar a Japón, que organizó con éxito el torneo de 2019, también ha captado la atención como una apuesta segura para 2039. Sin embargo, un actor clave como Sudáfrica ha decidido no competir, luego de cuatro intentos fallidos y una creciente preocupación por los costos económicos que implica organizar un evento de esta magnitud.
Mark Alexander, presidente de SA Rugby, fue tajante al descartar una nueva postulación, argumentando que el país no puede permitirse semejante compromiso financiero. Sus palabras reflejan una problemática mayor: incluso las potencias deportivas enfrentan barreras económicas y logísticas para acoger el torneo. De hecho, Sudáfrica fue recomendada como sede para 2023 por una revisión técnica de World Rugby, pero la votación del consejo favoreció a Francia, en parte por su promesa de evitar la «muerte del rugby» mediante su capacidad de financiamiento. Ese episodio aún resuena, al igual que la decepción expresada por figuras como Damian de Allende, quien calificó la decisión como «desgarradora».
Costos, presión y promesas
La organización de una Copa Mundial de Rugby se ha convertido en un dilema para varias federaciones, incluso entre las más exitosas. Nueva Zelanda, ganadora de tres títulos, enfrenta dificultades para presentar una candidatura realista, en parte por la expansión del torneo a 24 equipos y la falta de infraestructura adecuada. Irlanda, por su parte, no logró concretar una propuesta conjunta para 2031 y sigue arrastrando el desaire de 2023, cuando no recibió el respaldo de Escocia. En este contexto, Australia y Estados Unidos se perfilan como anfitriones confirmados para 2027 y 2031, respectivamente, con la mira puesta en la expansión comercial del rugby en mercados emergentes como Norteamérica.
Sin embargo, este enfoque también está generando tensiones entre las uniones tradicionales. Tanto Irlanda como Inglaterra han reportado pérdidas económicas significativas asociadas a la participación en Copas del Mundo, al tiempo que denuncian una distribución desigual de los ingresos generados. Mientras World Rugby celebra ganancias récord —500 millones de euros en 2023—, federaciones como la IRFU y la RFU alertan sobre el impacto financiero negativo que el torneo tiene en su operatividad. La situación ha llevado a cuestionar si el actual modelo de organización y financiamiento es sostenible, y si es justo que las potencias subsidien el desarrollo global del rugby sin una retribución proporcional. A medida que se acercan las decisiones sobre 2035 y 2039, la presión por encontrar sedes que garanticen rentabilidad —como Estados Unidos y Japón— parece imponerse sobre criterios meramente deportivos.