Los clubes de la Premier Legue votarán el mes que viene si la próxima temporada continuará o no el VAR en su competición después de que este año haya habido notables desavenencias que -unas veces por interpretaciones personales y otras por errores humanos- han protagonizado polémicas y titulares en prensa y enfurecidas conversaciones de BAR. La deseada perfección que se buscaba del deporte no ha sido tal y hay quien ve con mejores ojos un error humano en directo que un error humano con tecnología de por medio. La clave es que, como sociedad, no hayamos sido capaces de integrar que el error humano es parte del deporte (de la vida) y que de la misma manera que falla un jugador lo hace el árbitro y es parte del mismo juego.
“Estoy seguro de que nadie está cometiendo errores a propósito, pero sucedió y no sé por qué”, señaló el técnico Jurgen Klopp esta semana tras verse perjudicado por un error en el Tottenham – Liverpool. Esa es precisamente la clave, que los errores no se cometen a propósito. A partir de aquí, por ejemplo, y en el caso concreto del fuera de juego: ¿se ajusta más a la filosofía de la norma que la tecnología señale un fuera de juego por un centímetro o que el ojo humano diera el gol? Esta norma se instaló para evitar que un jugador viviera permanente mente en el campo contrario esperando el balón. A partir de ahí, que cada uno interprete qué es más ético y justo por el bien del deporte.
FIFA Y UEFA NO TITUBEAN CON EL VAR
En FIFA y UEFA, según ha podido consultar SportsIn, no se plantean dar marcha atrás con una tecnología que ronda los 4 millones por temporada para una competición europea. Siguen atentos el proceso que se está llevando a cabo en Inglaterra, pero por su parte no hay polémica por su uso. Es más, querían implementarla con un coste más barato y que pudieran pedir desde el banquillo (cada entrenador) la revisión del VAR, tipo tenis.
El gran problema del VAR no es intrínseco del fútbol, sino de una sociedad que pretende alcanzar la perfección y a la que sólo parece servirle el 10 en cada acción. El fallo no es del árbitro ni del VAR, sino ‘construir’ seres humanos exigiendo a cada paso que todo -bajo su punto de vista- sea idílico. Sea como en Instagram. La facilidad con la que el insulto está presente en determinadas gradas por un fallo de nuestro equipo asusta y está relacionado con ese inconformismo milimétrico a la hora de examinar una jugada.
En rugby se enseña desde pequeños que si el árbitro no pita algo, no existe. Punto final. En fútbol, más masificado y quizás con más pasiones descontroladas, no se ha sido capaz de culturizar al aficionado que el error de un árbitro es tan parte del juego como el acierto de un delantero. Son variables que estarán presentes siempre (persiguiendo, siempre, que nunca sea a propósito).
EN LA F1 SE BUSCA LA ‘IMPERFECCIÓN’
Y es ese inconformismo el que ha llevado a ‘evolucionar’ tecnológicamente al fútbol y otros deportes y a exigirles que sean perfectos, aunque la realidad diga que somos una sociedad imperfecta. Hablando de perfección, en la Fórmula 1, un deporte de ingenieros, hace algo más de una década se instauraron unas reglas aerodinámicas tan excelsas en búsqueda de ese coche perfecto que provocó que el factor humano redujera más de lo normal su horquilla de protagonismo. En ese momento -entre 2010 y 2013- los pilotos eran pasajeros de un coche en el que la capacidad de influencia de los ingenieros en los resultados de cada carrera era abusiva, con lo que las pruebas se convirtieron en tediosas, previsibles y hasta con complicaciones para los adelantamientos… Y la audiencia cayó. La F1 debió dar marcha atrás y volver a situar al piloto y al factor humano con más protagonismo para que la incertidumbre, los aciertos y los errores impredecibles surgieran con más asiduidad en busca de la emoción en cada gran premio.
Quizás el VAR y la tecnología esté bien para juzgar determinados aspectos o haya quien aspire a un deporte juzgado de manera supuestamente perfecta. Sin embargo, ni la perfección es precisamente compatible con la emoción ni la pasión, ni obsesionarse por ella tampoco es un modelo de referencia para las nuevas generaciones. Ya bastante tienen con los problemas derivados con las ‘perfectas’ cuentas aspiracionales en redes sociales. Un gol no es gol porque el balón haya pasado la línea de la portería, sino porque el árbitro lo ha pitado. Esta premisa conlleva respeto y confianza por la norma y el juez, y debería estar más integrada en cada aficionado para no llevarse tantas decepciones con el VAR o el arbitraje.