Hace treinta y tres años, el 13 de febrero de 1992, Edgar Grospiron vivió «el momento más importante» de su carrera deportiva al convertirse en el primer campeón olímpico de esquí baches de la historia, en los Juegos de Invierno de Albertville. Ahora, el legendario esquiador ha sido elegido para presidir el comité organizador de los Juegos de Invierno de 2030 en los Alpes franceses.
El 13 de febrero de 1992, en Tignes, con la nieve cayendo en grandes copos, Edgar Grospiron se preparaba para afrontar la competición. Al final del recorrido de baches, el esquiador francés tenía la oportunidad de convertirse en el primer campeón olímpico de su disciplina.
El corredor de Alta Saboya, que llegaba como favorito tras haber sido doble campeón del mundo, llevaba el dorsal número 16 sobre sus hombros. Con un traje de esquí colorido que hoy se consideraría vintage, descendió la pendiente, superó los baches, ejecutó sus dos saltos y cruzó la meta ovacionado por más de 12.000 espectadores. A sus 22 años, se convirtió en campeón olímpico y celebró ondeando una bandera azul, blanca y roja sobre la nieve.
UN PODIO HISTÓRICO
El público francés descubrió aquella jornada una disciplina que hasta entonces solo había sido deporte de demostración en Calgary 1988 y, al mismo tiempo, a un campeón carismático.
«Tan pronto como salí por la puerta, me sentí imbatible», declaró Grospiron en L’Équipe. «Tuve 30 segundos para demostrar que era el mejor». Más precisamente, 31 segundos y 23 centésimas, el mejor tiempo de la final, lo que le permitió ganar el oro con menos de un punto de ventaja sobre su compatriota Olivier Allamand, impecable en su técnica de esquí.
Francia estuvo cerca de lograr un triplete en el podio, pero Éric Berthon, un veterano de 31 años, se quedó en la cuarta posición. El estadounidense Nelson Carmichael, quien obtuvo la mejor puntuación en los saltos, se llevó el bronce por solo tres centésimas de punto.
UNA PERSONALIDAD ÚNICA
Más allá del resultado, la personalidad de Grospiron marcó aquella jornada dorada del olimpismo francés. «¡No les dejaré nada, ni siquiera las polainas!», prometió el día anterior tras ganar la clasificación. Después de la carrera, reforzó su imagen de fiestero con una respuesta que quedó para la historia. Cuando un periodista le preguntó cuál era su secreto, respondió con picardía: «Una semana vino blanco, otra semana vino tinto».
El joven mostró audacia tanto en los baches como en sus entrevistas. La mañana del 13 de febrero de 1992, incluso desafió a Jean-Claude Killy, copresidente del comité organizador, quien barajaba posponer la carrera debido a las condiciones meteorológicas. «¡No, es un gran día para ser campeón olímpico!», replicó Grospiron, antes de escribir su nombre en la historia del esquí baches.
Ahora, continuará escribiendo la historia del deporte olímpico francés sobre la nieve, aunque desde otra posición, y con un traje menos colorido.