La posibilidad de una paz por parte de Israel tras la invasión de Gaza abre una ventana esperanzadora también en el terreno deportivo. Durante los dos últimos años, desde que comenzó el conflicto en Palestina, la polémica y los actos reivindicativos han condicionado la práctica del deporte allá donde había una bandera de Israel, dificultando el acceso a instalaciones y desarrollo normal de competiciones. Con el alto el fuego permanente decretado este jueves, ese escenario podría cambiar de forma significativa, abriendo vías de recuperación de normalidad en el que sólo el deporte sea el protagonista.
En un contexto de reconstrucción, el deporte puede convertirse en una herramienta social de primer orden. El mejor ejemplo tuvo lugar en los pasados Juegos Olímpicos de París 2024, donde deportistas que representaban a países enfrentados convivieron sin ningún tipo de problema. Fue el fiel reflejo del poder del deporte y sus valores. Esa convivencia fue una de las grandes gestas que quedarán para siempre en el recuerdo.
Ya no será lo mismo, pero…
El nuevo escenario facilitaría la participación de atletas palestinos e israelíes en competiciones internacionales sin las barreras políticas que hoy condicionan su presencia. Aunque ya nada será lo mismo teniendo en cuenta que, según el Comité Olímpico Palestino, hay más de 600 deportistas palestinos que perdieron la vida en esta ofensiva de Israel, incluyendo más de 300 futbolistas como Rashid Dabour o Mohammed Barakat; además de otros ilustres de su deporte como Ibrahim Qusaya, jugador de voleibol de la selección palestina; Mohamed al-Dalou, presidente de la Federación Palestina de Tenis de Mesa o Nagham Abu Samra, campeona de kárate palestina.

Quizás sea un buen momento para que diferentes organismos internacionales puedan reforzar su papel en la zona para tender puentes y limar hostilidades. Desde la FIFA hasta el Comité Olímpico Internacional, el deporte global ha mostrado en muchas ocasiones capacidad para unir pueblos y culturas en contextos de conflicto. En Gaza e Israel, una paz estable permitiría implementar programas de inclusión y capacitación que durante estos últimos años han sido inviables. No obstante, queda ver la letra pequeña de esta prometedora paz y si todas las partes -verdaderamente- están satisfechas del acuerdo. Ojalá.
Lecciones de la historia reciente
Echando la vista atrás, el deporte ha sido un pegamento. Quizás el caso más famoso haya sido el de Sudáfrica, donde tras el apartheid mostró cómo el rugby y el fútbol podían convertirse en símbolos de reconciliación nacional. Para la historia de la humanidad queda ese legendario mundial de rugby de 1995 que conquistaron los Springbooks y cuyo trofeo entregó Nelson Mandela a su capitán. En los Balcanes, pese a las profundas divisiones, el baloncesto y el waterpolo ayudaron a reconstruir la relación de comunidades enfrentadas. ¿Por qué no ahora Gaza e Israel pueden encontrar en estos ejemplos una inspiración? Es cierto que el deporte no va a eliminar ninguna herida, pero sí que tiende la mano y favorece la convivencia.

También en el ciclismo se aprecia cómo el deporte se utiliza como plataforma internacional. El equipo Israel – Premier Tech, presente en las grandes vueltas y en el WorldTour, ha sido criticado por verse arrastrado al debate político (su propietario, Adam Sylver, es una persona afín a Benjamin Netanyahu). Una paz real abriría la posibilidad de que su mensaje se enfocara en la dimensión deportiva. De hecho, a partir de 2026 ya no se llamará así ni llevará ninguna distinción que simbolice al estado de Israel, un gesto que indica la voluntad de que el deporte reine por encima de cualquier cosa.
El riesgo de la instrumentalización
También es cierto que la experiencia ha mostrado que el deporte puede ser utilizado como herramienta política. El reto estará en evitar que se convierta en un escaparate propagandístico y que los gestos de cooperación no se limiten a la foto. La clave residirá en proyectos auténticos, honestos e íntegros y diseñados para la convivencia y el afianzamiento de la paz.
Con una paz consolidada, el deporte en la región podría recuperar su función más esencial de unir, educar y abrir horizontes. Aunque antes de que todo esto suceda, la paz debe confirmarse plenamente y que sea una en la que todas las partes estén conformes. A partir de ahí, el deporte hará su trabajo para la sociedad.




