Todavía está en la memoria colectiva de miles de millones de personas las imágenes del Covid-19, la enfermedad que sacudió y puso de rodillas al mundo entero. Los datos estadísticos por parte de la OMS son elocuentes y catastróficos: murieron más de 29 millones de personas y un número similar quedaron con secuelas de este mortal virus. En ese periodo de incertidumbre y pesar, el Comité Olímpico Internacional seguía luchando para mantener con vida los JJOO de Tokio 2020, al final, se aplaza un año y se realizan con todas las medidas sanitarias entre julio y agosto del 2021. Esos juegos no permitieron público en las gradas, sólo atletas y oficiales, pero fueron bautizados como los “juegos de la esperanza y la vida”.
Fue extremadamente complejo poner en órbita estos juegos de la pandemia, con boicot de una parte de la población japonesa que creía firmemente que no era oportuno realizar este gran evento deportivo en el país del sol naciente. Pero, la decisión de Thomas Bach y del propio primer ministro Yoshihide Suga, quienes apostaron por la realización de los Juegos como una oportunidad única para que el mundo se pusiera de pie a través del deporte.
Han pasado casi tres años de ese periodo que marcó a la humanidad y nadie desconoce que hay un antes y un después, pero no es menos cierto que nos olvidamos con una facilidad inusual lo frágil que somos como sociedad en sí. Por ello, los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de París son una nueva oportunidad para volver a creer en nosotros mismos, a trabajar en esa búsqueda interior que, paradójicamente, pocas veces le ponemos atención.
LOS JJOO DE LA AUSTERIDAD… Y LA SEGURIDAD
Estos juegos en particular van más allá de la lógica común, tienen una carga de expectativas pocas veces vista. Por un lado, el propio COI lo tiene calificado como los juegos de la austeridad. Es sabido que las desorbitantes cifras que se invierten directa o indirectamente en los JJOO no es el mensaje que impulsa en el programa 2020+5, por lo tanto, el primer axioma es derribar esa imagen de unos juegos que hipotecan o dejan en bancarrota a los países organizadores.
Por otro lado, la seguridad de los juegos es, de lejos, el punto más sensible, no sólo por las amenazas de los grupos extremistas, si no porque sigo creyendo que la inteligencia y racionalidad humana en algún momento marcará la diferencia entre aquellos que defienden sus ideales por medio de la irracionalidad, la crueldad y la violencia sistemática, olvidándose por completo de mirar a su interior, ese interior que nos muestra el camino, nos guía en la vida y nos entrega las herramientas para construir un mundo mejor.
La cita de París es el reencuentro del público en las tribunas, ese aficionado ausente por la pandemia en Tokio que busca ser protagonista más allá del aliento natural y espontáneo para sus atletas. Ese público ávido de un gran espectáculo deportivo que se enamorará de los juegos y se dejará llevar por la magia y el glamour de las estrechas calles parisinas. Observará con asombro el estilo arquitectónico, pero también, será un tributo a esta nueva normalidad.
Los JJOO de Tokio 2020+1 demostró que el deporte, por su naturaleza, es una invitación permanente a dar y a sacar lo mejor de ti, a superarte en la adversidad, a confiar en tu compañero de equipo, a cruzar el umbral de la esperanza como lo hizo Tokio.
SIN BANDERAS
De aquí a los juegos, estamos en modo París, desde la cobertura de los medios de comunicación hasta las expectativas que tienen las grandes potencias económicas y deportivas, como también, aquellos países pequeños en población y en recursos. Cada uno va por carriles distintos, pero con un punto en común: el deporte no mide condición y estatus, el deporte es la única actividad que tiene una bandera en común, un lugar donde todos son iguales, compiten en las mismas condiciones y sólo sus talentos y habilidades marcan la diferencia para ordenarlos en el pódium de los ganadores.
No puedo dejar de imaginar ese reencuentro en la Villa Olímpica, abrazándose los atletas de diferentes nacionalidades que más tarde competirán y serán adversarios. Ese momento es para capturarlo y replicarlo en todas las latitudes, sin importar credo, raza e idioma, aquí habla el idioma universal que es el deporte. Otro punto de encuentro y de alta afluencia de los atletas, entrenadores, dirigentes y prensa es la Zona Internacional, en este lugar convergen todos, es el paseo peatonal para que la familia olímpica y los más cercanos a los atletas tengan la oportunidad de compartir por algunos minutos con sus ídolos y tomarse esa foto o selfie que luego la postearan en redes sociales o, simplemente, la guardarán para la posterioridad.
EL CASO DE FERNANDA AGUIRRE
Quiero cerrar esta editorial de SportsIn con un ejemplo de superación, que pone a prueba su amor y pasión por el deporte olímpico. Fernanda Aguirre, seleccionada chilena de taekwondo se clasificó para los JJOO de Tokio 2020+1 y, al llegar al Aeropuerto Internacional de Haneda, realizó una prueba PCR y salió positivo. Inmediatamente fue separada de la delegación de su país y enviada a una residencia de personas contagiadas con coranavirus. Estuvo aislada durante 14 días, no pudo competir y en una habitación de 9 metros cuadrados pasó del sueño olímpico a una historia de terror. Una vez cumplido el periodo de cuarentena total salió directamente al aeropuerto de Tokio con destino a Santiago de Chile, la pesadilla fue un tormento que la acompañó por varios meses, inclusive, pensó en dejar el deporte.
Sin embargo, la vida le tenía preparada una oportunidad más: clasificarse a los Juegos Olímpicos de París 2024. Esta hazaña tiene ribetes especiales ya que volverá con todo a la competición y cumplirá esa promesa que se hizo en la soledad de esa habitación de Tokio. Ahora estará en la Villa Olímpica, será su casa por algunos días y el tatami su hábitat natural para una atleta que se puso de pie para reencontrase con las mejores del mundo.